¿Qué significa empatía? Una palabra muy usada y poco entendida

Vivimos en una época donde el término “empatía” se menciona casi como una obligación moral: “hay que ser empáticos”, “lo importante es la empatía”, “todo se soluciona con empatía”. Pero… ¿qué significa empatía en realidad? ¿Y por qué parece tan fácil de decir pero tan difícil de poner en práctica?

dos mujeres sentadas en un sillón

En su sentido más simple, empatía significa la capacidad de ponernos en el lugar del otro, de comprender lo que siente o piensa sin necesidad de que lo diga con palabras. Es un puente invisible entre dos mundos subjetivos. Pero también es mucho más complejo que eso, porque no se trata solo de entender al otro, sino de poder tolerar su dolor, su diferencia, su deseo… sin aplastarlo con el nuestro.

Empatía no es simpatía, ni compasión, ni estar siempre de acuerdo

Muchas veces se confunde la empatía con ser amable, con tener buenos modales, o con estar siempre del lado del otro. Pero la empatía no es una forma de agradar, sino una forma de escuchar.

No se trata de decir “yo te entiendo” rápidamente, sino de poder hacer un espacio interno para lo que al otro le pasa, sin querer arreglarlo, juzgarlo o sacarlo rápido de su malestar. La empatía no es “poner buena onda”, sino poder hacer silencio y alojar.

Tampoco se trata de estar de acuerdo. Podemos ser empáticos incluso cuando estamos en desacuerdo total con el otro, si logramos comprender desde dónde dice lo que dice o siente lo que siente.

¿Todos somos empáticos por naturaleza?

En parte sí, en parte no. Hay una capacidad biológica que nos permite detectar emociones ajenas —por ejemplo, a través de las neuronas espejo—, pero la verdadera empatía se construye en la historia de cada uno.

Un niño que ha sido escuchado, comprendido, mirado más allá de sus palabras, probablemente desarrolle más fácilmente la capacidad de escuchar a otros. En cambio, si uno ha crecido sin que sus emociones sean reconocidas, puede resultarle más difícil alojar las de los demás sin sentirse invadido o desconcertado.

Además, la empatía también se ve afectada por el contexto social. Vivimos en una cultura del rendimiento, de la rapidez y de la autoexigencia, donde tomarse el tiempo para sentir con otro parece casi un lujo. Muchas veces, más que empatía, buscamos eficiencia emocional: respuestas rápidas, soluciones inmediatas, frases hechas.

La trampa de exigir empatía

Paradójicamente, cuanto más exigimos empatía, menos espacio dejamos para que surja de forma genuina. La empatía no puede ser un mandato, porque si se convierte en obligación, deja de ser un encuentro con el otro y pasa a ser una performance: algo que hacemos para quedar bien o cumplir.

Tampoco puede forzarse. A veces no podemos ser empáticos con alguien porque su sufrimiento nos toca demasiado de cerca, o porque no tenemos los recursos para escuchar. Y está bien. La empatía no es un deber moral constante, sino una posibilidad humana que se activa cuando hay espacio, deseo y disponibilidad interna.

¿Y entonces qué hacemos con todo esto?

Podemos empezar por dejar de usar la palabra como comodín, y comenzar a preguntarnos honestamente: ¿puedo hacer lugar a lo que al otro le pasa, sin taparlo con mi respuesta rápida? ¿Puedo soportar no entender del todo? ¿Puedo acompañar sin invadir?

La empatía no es una técnica. Es una forma de estar. Y aunque hoy parezca un término desgastado, volver a pensar qué significa empatía —en serio— puede abrirnos la puerta a vínculos más verdaderos, más humanos y menos solitarios.